EL DUELO EN LOS NIÑOS
Uno de los trances más duros que, inevitablemente, toda familia atraviesa en algún momento de su historia es la pérdida de un ser querido. Este dolor se ve además acrecentado cuando en ese núcleo familiar existen niños que no entienden lo ocurrido y a los cuales nos vemos incapaces de guiar en este proceso.
En estas circunstancias puede invadirnos el sentimiento de querer proteger a los más pequeños de esta dolorosa situación, algo que nos lleva tanto a dar explicaciones inexactas que solo causarán en el niño un mayor desconcierto, como a dejarlos al margen en un evento tan esencial de su vida. Un incorrecto abordaje del contexto de los primeros duelos en los niños puede llegar a marcar negativamente las futuras situaciones de pérdida a las que tendrá que enfrentarse a lo largo de su vida. El dolor va a ser inevitable, tanto para mayores como para pequeños, pero el manejo del mismo y de todas las emociones surgidas debe seguir un proceso concreto que nos permita continuar con nuestras vidas adaptándonos a los cambios de nuestro entorno.
¿Cómo enfrentar, por tanto, esta cuestión desde un punto de vista activo y sirviendo como guía y apoyo de nuestros hijos? 👨👩👧👦
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la muerte implica conceptos que no todos los niños tienen interiorizados, es más, en muchas ocasiones somos los adultos los que imposibilitamos la comprensión de dichos conceptos con nuestras explicaciones ambiguas y fantásticas, además de la interpretación errónea que los niños pueden extraer de dibujos animados o videojuegos, por ejemplo. Uno de estos conceptos, principal para un buen desarrollo del duelo es el de irreversibilidad, es decir, el entender la muerte como un proceso que no va a deshacerse con el tiempo. A pesar de que pueda tratarse de niños pequeños, debemos hacer que entiendan la muerte como algo permanente, ya que si esto no es así podremos ver cómo al cabo de un tiempo va a parecernos que el niño ha superado el proceso de duelo cuando de repente nos sorprenda con un comentario al estilo de “¿entonces cuándo va a volver el abuelito?”. Si esta idea es persistente en el menor, nos encontraremos que su estado de esperanza que nunca se ve cumplido le lleva a sentir una frustración hacia la persona que ha fallecido por pensar que este ha podido olvidarle.
Por otro lado, va a ser necesario que el niño entienda que al fallecer una persona sus funciones vitales se detienen. Las metáforas que solemos usar, indudablemente con una buena intención, pueden dar lugar a que el niño piense que la persona que se ha ido le sigue escuchando o le ve desde algún lugar, incluso que pueda comunicarse con él. Esta creencia a la larga generará una gran confusión en el menor, aumentando la preocupación sobre cómo puede estar sintiéndose su familiar, o llegando incluso a derivar en miedos (a la oscuridad, a quedarse solo, etc). Así mismo, si mantenemos en el niño esta noción le va a ser muy difícil entender una expresión que seguro escuchará en muchas ocasiones, como es la de “seguir vivo en nuestro recuerdo o nuestro corazón”. Hay que hacer comprender a los más pequeños que es en nuestro recuerdo donde esa persona nos acompañará siempre, manteniendo siempre que sea necesario una comunicación abierta en la que se narren historias que han sucedido junto a esa persona.
Otro hecho importante es que los niños asocien la muerte a una causa y que conozcan cuál ha sido en el caso de su familiar para evitar así que tengan ideas erróneas sobre la misma, como puede ser asociarla a pensamientos, a detalles que no tienen nada que ver con el suceso o a comportamientos propios. Será recomendable que desde un punto de vista físico se aporte una explicación suficiente, como puede ser que el corazón haya dejado de latir o los pulmones han dejado de respirar, sin entrar en detalles más concretos que un niño no va a entender más allá de la morbosidad propia del asunto.
La curiosidad de los niños es imparable, y ante algo sobre lo que en general suelen tener muy poca información es normal que imaginen y hagan preguntas que pueden resultarnos totalmente fuera de lugar y no sepamos cómo abordar. En cada etapa evolutiva vamos a encontrar unas inquietudes y preocupaciones diferentes en torno a la muerte, y tenemos que fijarnos en ellas para que el niño reciba la información que necesita acorde a su modo de comprender. No obstante, como premisa ante cualquier etapa del niño debe primar el no aportar información que sea esperanzadoramente falsa ni ambigua.
A pesar de que son muchos los autores que han abordado la forma de afrontar el duelo en la infancia, presentamos a continuación aspectos clave a tener en cuenta en cada etapa evolutiva del niño en los que coinciden la mayoría de estos autores como Kroen, Mundy, Neimeyer, etc.
En la etapa preescolar (de los 3 a los 6 años):
- El pensamiento de los niños en este periodo es muy fantasioso, por lo que hay que usar un lenguaje muy claro.
- Ante sus preguntas, nuestras respuestas deben ser ciertas y específicas para no generar confusiones ni miedos.
- Antes que aportar una explicación basada en componentes científicos que no van a comprender, es recomendable aportar una explicación práctica y un comportamiento adecuado del que puedan aprender.
En la etapa escolar (de los 6 a los 10 años):
- Será muy importante ayudarle a aclarar todas sus dudas teniendo en cuenta lo ya comentado sobre la irreversibilidad, el detenimiento de las funciones vitales y las causas de la muerte.
- Sus preguntas versarán sobre el contexto de la muerte en general y sobre las características concretas del fallecimiento del familiar; todas ellas deben ser resueltas de una forma completa y segura, ya que es una etapa en la que pueden surgir temores. No debemos ocultarles información que nos pidan, ya que de esta forma daremos paso a que elaboren sus propias teorías, posiblemente erróneas.
- Sienten curiosidad por saber cómo son los ritos y costumbres que rodean un fallecimiento, y podrían asistir si así lo quisieran siempre y cuando se les anticipe lo que van a presenciar.
- Los adultos debemos expresar nuestras emociones ante el niño haciendo que el compartirlas sea algo natural, pero no debemos dejar que presencie escenas en las que se muestren emociones descomedidas.
Preadolescencia (de los 10 a los 13 años):
- Si lo desean, es recomendable que asistan a los ritos funerarios, para así dar un sentido global a la pérdida de ese familiar, compartiendo estos momentos con otros familiares y amigos que le brindarán su apoyo.
- En este periodo, suelen mostrarse más reacios a mostrar sus propias emociones y hablar de las mismas, por lo que el adulto debe favorecer un clima de intercambio de emociones. Para ello, es beneficioso compartir con él situaciones similares por las que el adulto ha podido pasar a lo largo de su vida.
- Sus inquietudes estarán relacionadas con la forma en que el suceso afectará a su vida de aquí en adelante. Debemos aportar la seguridad de que podrá adaptarse a los cambios sin tener que olvidar a la persona que se ha marchado.
- En esta etapa, comienzan a mostrar mayor afinidad por su grupo de iguales que por la familia, por lo que se le puede animar a que comparta sus emociones e inquietudes con sus amigos. El preadolescente debe sentir al adulto siempre dispuesto a ofrecer un apoyo, pero sin que esté demasiado pendiente de él si no se le reclama.
En uno de los momentos más duros que un niño puede llegar a vivir, como es la pérdida de un ser querido, el cariño y el apoyo de la familia son claves para volver a retomar el desarrollo normal de su día a día. Si esto va unido de una gestión adecuada de las emociones y de las dudas del niño, el proceso de duelo tan necesario para resurgir tras una pérdida le hará seguir evolucionando en su vida.
🖋️Gracias por leernos. Un cálido abrazo